LAS CORRIDAS DE TOROS EN CUBA Y “YAYO” EL TORERO NEGRO. PHOTOS. * Bullfights in Cuba and “Yayo” the Black Bullfighter. Photos.

LAS CORRIDAS DE TOROS EN CUBA Y “YAYO” EL TORERO NEGRO. PHOTOS.

Sí que hubo toros por toda Cuba, y también toreros cubanos y reglamentos taurinos con repercusión en el continente. Hoy cuesta creer que en el siglo XIX fuera La Habana una de las ciudades que mayor número de corridas celebraba en América Latina, junto a Ciudad de México, Lima y Montevideo.

BREVE HISTORIA DE LA TAUROMAQUIA EN CUBA

Los estudiosos coinciden en situar la primera corrida oficial en Santiago de Cuba, en 1538. Aunque Fray Bartolomé de las Casas menciona en su Historia General de Indias que se “lidiaron un toro o toros” en 1514, durante las fiestas del Corpus Christi, sin ofrecer detalles ni localización específica. Estos eventos, al igual que en España, se celebraban por lo general asociados a fiestas religiosas y en honor a personalidades del Gobierno, como la de 1538, en recibimiento al capitán general Hernando de Soto, y las que posteriormente congratularon la proclamación de cada nuevo rey.

Su fuerte vínculo con la institucionalidad mantuvo conectada esta práctica con la metrópoli y lo que ella representaba para Cuba por lo que, a pesar de su amplio desarrollo en la Colonia, no se integró a la idea de lo propio. Acentuado el matiz político sobre el cultural, esto resultó determinante en su rápida desaparición advenida la República, y dificultó y frustró su restablecimiento.

Pero sí que hubo toros —¡y muchos!— por todo el país, y también toreros cubanos y reglamentos taurinos con repercusión en el continente, como el Reglamento de La Habana firmado en 1847. También se utilizaron animales criados en la Isla, aunque muchos documentos referencian la importación de toros bravos desde México, Colombia, Venezuela, etc.

Asimismo, se desarrolló una arquitectura asociada a estas fiestas: la plaza de toros. Inicialmente, y de manera permanente en ciudades pequeñas, las corridas se hacían en plazas reacondicionadas para el ruedo. Así se sigue haciendo en algunos pueblos de España, donde en pocos días se levantan elementos de carpintería que facilitan el espacio para el desarrollo del evento y la seguridad de la concurrencia.

Como no se conservan las actas capitulares anteriores a 1550, la primera referencia del Cabildo sobre una corrida de toros en La Habana es de 1569, aunque la primera plaza se fabricó justo dos siglos después, en 1769. Estaba situada en Monte y Arsenal, y al igual que las siguientes, fue de madera. Unos años después ya se había fabricado otra en Monte y Egido, en 1796. Algunos escritos mencionan hasta 20 plazas de toros entre los siglos XVIII y XIX en el país. Siete de ellas se levantaron en La Habana. Además de las mencionadas, estuvieron las de Águila y Amistad (1818), la de Monte y Amistad (1825), la contigua a la Iglesia de Regla (1842), la de Belascoaín entre Virtudes y Concordia (1853), y la de Infanta entre Peñalver y Desagüe (1885).

Este inmueble posibilita una mayor audiencia y confort, tanto para el equipo técnico como para los asistentes. La plaza de toros de Infanta, por ejemplo, tenía capacidad para 10.000 espectadores (entre tendido, palco y gradas), y un ruedo de 49 metros de diámetro con un callejón muy amplio. Obra de los arquitectos Ariza, Osorio y Herrera, contaba también, según el torero Rafael Guerra “Guerrita”, con “administración, conserjería, enfermería con cuatro camas, guadarnés, caballerizas, dos corrales, uno de ellos cubierto y ocho chiqueros”. Para que se tenga una idea, este edificio tenía más capacidad que otras plazas españolas importantes como la del Real Sitio y Villa de Aranjuez.


Además de los locales, por La Habana pasaron toreros y cuadrillas provenientes de España y Latinoamérica. No pocos se hicieron famosos por sus hazañas habaneras, como el gaditano Manuel Montero “El Zurdo””, nacido en Rota en 1790, y conocido desde entonces como “El Habanero”. También quedó inmortalizado el nombre del vasco Luis Mazzantini, quien solamente entre 1886 y 1887, causó furor en las 16 corridas que ofreció en la Plaza de Infanta. Siglo y medio después, el habla popular cubana conserva la alusión a “Masantín el torero”, como modelo de que quien todo lo vale y todo lo puede.

Con el fin de la Guerra de Independencia, una de las medidas que asumió el Gobierno interventor norteamericano fue la prohibición de las corridas de toros, y así lo dispuso en la Orden Militar 187 de 1899, bajo multa de 500 pesos. También condenó los juegos de azar, la lotería y las rifas (Orden 230/1899) y las peleas de gallos (Orden 165/1900). No obstante, la única práctica que quedó proscrita para siempre fue la de los toros.



“YAYO” EL TORERO NEGRO CUBANO

Los cubanos también tuvimos nuestro torero: “Yayo, el torero negro”. Les cuento. Yayo tenía unos diez años cuando, sólo, como un perro sin raza, se apareció por el reparto habanero de Juanelo. A la deriva desde esa edad, sin saber de aulas, libros, ni familias… creció como planta silvestre en los patios de los vecinos, comiendo unas veces aquí, otras allá….

Pero, milagros de la naturaleza, Yayo tenía una constitución física poco común y dotada de condiciones que hoy se hubiera convertido en un atleta olímpico.

Desde temprano mostró aptitudes para el deporte, nadando en un recodo del río que separa al reparto Juanelo del vecino Lawton. Defendía a los muchachos del barrio de pandillas vecinas que venían a atacarlos.

La existencia de una rústica plaza de toros en la finca Los Zapotes (hoy reparto California), en el reparto Juanelo, ejerció poderosa influencia “taurina” en Yayo, que encontró en aquellas corridas dominicales eventual fuente de trabajo. Cuando Yayo toreaba le lanzaban monedas al ruedo que, para hacerlas suyas tenía que recogerlas entre las patas del toro, y con el peligro de ser embestido.

Yayo tenía el corazón en medio del pecho y toreaba aguijoneado más por la necesidad que la sangre torera que pudiera correr por sus afrocubanas venas. Pero Yayo se hizo famoso, admirado y querido por los vecinos que lo vieron criarse en el barrio.

Yayo alternaba las corridas de toros boxeando en la Arena Cristal. Cuando los años, los golpes, y las penurias comenzaron a minar su cuerpo, lo encontramos en la “guanajera” de cine Gardel cuidando el orden.

Un día supe que Yayo había muerto, los médicos certificaron tétanos, quizás una vieja cornada, presentando un avanzado estado de anemia.

Les aseguro que Yayo, el torero negro, no murió por las cornadas de los toros, ni por los golpes recibidos en el ring de boxeo, murió por los golpes que le dio la vida y por las coronadas que recibió del hambre, que fueron muchas, mucha..



Agencies/ DDC/ Yaneli Leal/ Enciclopedia/Juan B. Rodríguez/ Internet Photos/ Arnoldo Varona/ TheCubanHistory.com
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