El presidente Trump y sus funcionarios han tomado medidas últimamente para hacer las cosas más difíciles para Cuba, con el objetivo de persuadir a su gobierno para que deje de ayudar al atentado tirano de Venezuela, Nicolás Maduro. Ese es un objetivo digno, y el apoyo material de Cuba para Maduro es ciertamente objetable, pero esta es la manera incorrecta de obtener resultados.

La administración acaba de anunciar que los ciudadanos estadounidenses podrán demandar a los extranjeros por transacciones relacionadas con bienes que el gobierno de Cuba confiscó después de la revolución de 1959. Este recurso legal fue puesto a disposición por la Ley Helms-Burton en 1996, pero luego fue congelado, por buenas razones, por sucesivas administraciones. También entrarán en vigor restricciones más estrictas sobre viajes y remesas. Estos nuevos movimientos siguen las prohibiciones anteriores sobre el comercio con empresas propiedad de los servicios militares y de seguridad cubanos; restricciones en viajes individuales a Cuba; un veto al acuerdo de Grandes Ligas de Béisbol con las autoridades cubanas para contratar a jugadores cubanos sin obligarlos a desertar; y la reducción de la embajada en La Habana a un bastón esqueleto.

Este asalto económico y diplomático infligirá un daño real a Cuba, pero si la historia sirve de guía, es poco probable que eso haga que los gobernantes del país se muevan. En cambio, abrir las compuertas para los litigios contra compañías canadienses y europeas que hacen negocios en Cuba fracturará el frente internacional contra Maduro, por no mencionar que está saturando a los tribunales de Estados Unidos con juicios problemáticos. Desde 1964, la Comisión de Liquidación de Reclamaciones Extranjeras de EE. UU. Ha certificado cerca de 6,000 reclamaciones valoradas (con intereses) en $ 8 mil millones. El Departamento de Estado aparentemente cree que podría haber hasta 200,000 reclamos aún sin certificar.

Una reanudación total de los lazos normales entre los Estados Unidos y Cuba debería, de hecho, requerir que las víctimas de la expropiación sean compensadas. Se estaba llevando a cabo un proceso que podría haber dado este resultado gracias al calentamiento de las relaciones del Presidente Obama, incluida la restauración de las relaciones diplomáticas en 2015. El plan de la administración Trump es mucho menos prometedor.

Canadá y la Unión Europea, el mayor inversionista extranjero en Cuba, han dicho que están “decididos a trabajar juntos para proteger los intereses de nuestras compañías” en la Organización Mundial de Comercio y en reclamaciones contra cualquier demanda de los Estados Unidos. Ya existe un desacuerdo sobre cuánta presión se debe aplicar a Maduro, y la iniciativa de litigio, más un ataque a los amigos de Estados Unidos que a Cuba o Venezuela, ampliará esa brecha.

El gobierno de Trump asumió el cargo apostando a que el gobierno de Cuba se doblaría bajo la presión, pero La Habana ha resistido mucho más que esto: el embargo de los EE. UU., Por una parte, y la devastadora contracción económica de 1989 a 1994, gracias al colapso del patrón soviético de Cuba. Además de dividir lo que podría haber sido una coalición liderada por los Estados Unidos, la nueva escalada jugará en manos de personas de la línea dura del envejecimiento, alentará a Cuba a buscar ayuda de Rusia y China y debilitará las potentes fuerzas internas para el cambio.

El acercamiento anterior entre los Estados Unidos y Cuba no fue infructuoso: alentó algunas reformas económicas y una mayor cooperación en la lucha contra el narcotráfico, la protección del medio ambiente y otras áreas. Por supuesto, no puso fin a la represión del régimen ni a su apoyo a otras tiranías, especialmente a Corea del Norte y Venezuela. Pero es improbable que el nuevo curso de la administración de Trump tenga también buenos resultados.

El compromiso no es una panacea. Las sanciones dirigidas tienen su lugar. Pero Cuba debe enfrentarse con el frente más amplio posible de críticos y opositores. La administración de Trump acaba de hacer eso más difícil.

AUTOR: David Shipley, Bloomberg Opinion’s Editorials.

(OPINION) CUBA IS A PROBLEM THE TRUMP ADMINISTRATION IS WORSENING.

President Trump and his officials have taken steps lately to make things harder for Cuba, aiming to persuade its government to stop helping Venezuela’s embattled tyrant, Nicolas Maduro. That’s a worthy goal, and Cuba’s material support for Maduro is certainly objectionable, but this is the wrong way to get results.

The administration just announced that U.S. citizens will be able to sue foreigners for transactions involving property that Cuba’s government confiscated after the 1959 revolution. This legal recourse was made available by the Helms-Burton Act in 1996 — but was then frozen, for good reasons, by successive administrations. Tougher restrictions on travel and remittances will also come into force. These new moves follow previous bans on commerce with businesses owned by the Cuban military and security services; restrictions on individual travel to Cuba; a veto of Major League Baseball’s deal with Cuban authorities to hire Cuban players without obliging them to defect; and the shrinking of the embassy in Havana to a skeleton staff.

This economic and diplomatic assault will as intended, inflict real damage on Cuba — but if history is any guide, that’s unlikely to make the country’s rulers budge. Instead, opening the floodgates for litigation against Canadian and European companies doing business in Cuba will fracture the international front against Maduro — not to mention swamping U.S. courts with troublesome lawsuits. Since 1964, the U.S. Foreign Claims Settlement Commission has certified nearly 6,000 claims valued (with interest) at $8 billion. The State Department apparently thinks there could be as many as 200,000 still-uncertified claims.

A full resumption of normal ties between the U.S. and Cuba should indeed require the victims of expropriation to be compensated. A process that could have yielded this result was underway thanks to the warming of relations under President Obama, including the restoring of diplomatic ties in 2015. The Trump administration’s plan is much less promising.

Canada and the European Union — the biggest foreign investor in Cuba — have said they are “determined to work together to protect the interests of our companies” at the World Trade Organization and through counter-claims against any U.S. lawsuits. There’s already disagreement about how much pressure to apply to Maduro, and the litigation initiative — more an attack on America’s friends than on Cuba or Venezuela — will widen that rift.

The Trump administration came into office betting that Cuba’s government would buckle under pressure, but Havana has withstood much worse than this: the U.S. embargo, for one, and the devastating economic contraction from 1989 to 1994 thanks to the collapse of Cuba’s Soviet patron. Aside from dividing what could have been a U.S.-led coalition, the new escalation will play into the hands of aging hardliners, encourage Cuba to seek help from Russia and China, and weaken potent internal forces for change.

The previous rapprochement between the U.S. and Cuba wasn’t fruitless: It encouraged some economic reforms and greater cooperation in counter-narcotics, environmental protection, and other areas. Granted, it didn’t end the regime’s repression or its support for other tyrannies, notably North Korea and Venezuela. But Trump’s administration’s new course is unlikely to fare as well.

Engagement is no panacea. Targeted sanctions have their place. But Cuba should be confronted with the broadest possible front of critics and opponents. The Trump administration has just made that harder.

AUTHOR: David Shipley, Bloomberg Opinion’s Editorial.

Agencies/ Bloomberg Oppinion’s Editorial/ David Shipley/ Internet Photos/ Arnoldo Varona/ www.TheCubanHistory.com
THE CUBAN HISTORY, HOLLYWOOD.